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Déjate convencer

Alguna vez pensé, creo que aún lo pienso, todas las cosas que me gustaría hacer en mi vida. No me refiero a metas tan triviales como tirarme de un paracaídas, aprender a tocar la guitarra y recorrer los bares de las ciudades como si fuera uno de los trovadores mas importante de Sudamérica, ni ganar el Quini 6 o ser el mejor futbolista del mundo y a pesar de las grandes ofertas económicas que llegan de los clubes más importantes prefiero quedarme en Sporting para poder llevar al equipo a jugar la Copa Libertadores. Me refiero a cosas un poco más tangibles, más reales y hasta quizás no tan imposibles. Tener un familia, un buen trabajo sin jefes molestos, una linda casa antes de cumplir los 35 años como para poder disfrutarla un poco mas, buenos amigos, cenas con mesas grandes, con muchos platos, muchos cubiertos.
Inclusive en este momento no me parece que esto esté mal. Quiero decir que el querer todas esas cosas es importante. El querer debe ser una pieza fundamental para el tener. Si no quiero no tengo. Si no sueño no vivo. Si no hago no estoy complemento. Hace un tiempo escuché una entrevista que le hacían a Ismael Serrano en televisión. Si mal no recuerdo fue en el programa TVR en algún día perdido de 2007. Él decía que una vez le preguntaron a Eduardo Galeano para que servían las utopías. El escritor dijo que esa era una pregunta que se había hecho muchas veces. Porque en su meditación deducía que las utopías siempre estaban muy lejos de uno. Estaban mucho más adelante que nuestro cuerpo y nuestro presente. Y nosotros siempre vamos tras las utopías, y entonces durante años hacíamos un esfuerzo enorme para acércanos a ella. Con mucho dolor, sacrificio, llanto, damos un paso hacia ellas. Nos cuesta mucho pero lo hacemos, damos un paso. Estamos satisfechos por eso pero cuando levantamos la vista vemos que como si fuera una desagradable burla del destino las utopías también dieron un paso hacia delante y la distancia que nos separa sigue siendo la misma.
A pesar de esto no caemos. Estamos convencidos de que en esas utopías están nuestros sueños, nuestros objetivos. Entonces nos ponemos fuertes, y volvemos a mover los pies. Volvemos a dar otro paso que cuesta tanto o más que el primero, pero lo damos. Y ahí sí, la soberbia humana nos da un rato de placer: “Pude, no me ganó. Yo pude dar otro paso a pesar de las dificultades”. Es un nuevo momento de felicidad, de plenitud, de goce. Cuando levantamos nuevamente la cabeza y vemos cuanto nos falta para llegar, nuestros ojos se llenan de miedos, de preguntas, de por que. Vemos atónitos sin poder, o sin querer, creerlo que nuestras utopías se han alejado un paso más. La distancia sigue siendo la misma. Entonces en ese momento, ya cansado de tanto esfuerzo por nada, nos preguntamos seriamente para que sirven las utopías. Pues, concluiría Galeano, las utopías sirven para eso, para caminar…
Esto que escribí suena bastante bien. Claro es una teoría, la práctica suele ser por lo general mucho más difícil y más dolorosa. Con sensaciones físicas mucho más concretas, mucho más insoportables. Por eso pensaba hasta que punto es necesario someternos a eso. Donde está el delgado límite que separa lo necesario de lo exagerado. La conclusión no es muy relevante. No van a resolver el misterio de la vida ni descubrir el secreto de la felicidad leyendo estas líneas. Creo que las utopías, en su justa medida, son necesarias. Son básicas. Son una innegable fuente de energía en nuestras vidas. El error que solemos cometer, suelo cometer, es levantar la vista después de dar un paso y mirar más allá. Pensar en que seguimos igual de lejos. Dale importancia a eso en lugar de ver que a pesar de eso, nos movimos. No vemos lo bueno que trajo ese paso sino que nos lamentamos porque seguimos igual de lejos de algo que es imposible de alcanzar. Eso nos pone tristes, nos empobrece el presente, el día a día. En lugar de llenarnos por lo que tenemos gracias a nuestro esfuerzo, ese pequeño paso, nos vaciamos pensando en lo que no tenemos. En lo que falta.
No creo que todas las personas sean así. A ver, no todos somos iguales. Si estas hoy leyendo este blog te das cuenta de eso. Si tenés dos centímetros de vida recorrida, y un cuarto de baldosa de calle caminada ya te diste cuenta de eso. Todos tenemos una marca que durante mucho tiempo pensé que era inamovible. Que era lo más parecido a los genes. Algo que es así desde que nacimos y va a ser así hasta el último de nuestros días. Me refiero a la esencia. No hace mucho apareció esa palabra en vida. Hace poco mas de dos años alguien me dijo “la esencia no cambia” y me lo creí. Durante mucho tiempo lo creí. Hoy no estoy tan seguro de eso. Hoy siento que cambia, que es algo muy difícil y que cuesta mucho pero hay ciertos rasgos de nuestra esencia que cambian si realmente sentimos algo que nos invita a hacerlo.
Como les conté en el primer post de este blog hace un tiempo que estoy leyendo el libro “El Interior” de Martín Caparrós. Este libro me lo recomendó alguien a quien quiero mucho. Y justamente ese alguien es quien me dijo eso de que “la esencia no cambia”. ¿Te acordás Ro? No sé si lo tenés presente. Yo mucho, mucho mas de lo que pensás. Hace unos días me topé con un texto en ese libro que habla justamente de esto. Y me sorprendió, me sorprendió gratamente. Lo hizo porque hace un tiempo estoy sintiendo esto de que las cosas cambian y ante mi sorpresa lo hacen para bien. En su libro Caparrós está buscando algo que nos identifique como país. Algún punto en común que nos diga que todos somos argentinos. Entonces recorre pueblos, los describe, habla con su gente, y saca sus conclusiones.
“(…) Esencia es una gran palabra; yo trato, si acaso, de encontrar rasgos comunes. Sobre la noción de esencia se construyeron proyectos detestables, los fascismos: la idea conservadora, tradicionalista, de que, como hay una esencia, debemos recuperarla, volver al pasado donde habría existido. La noción de esencia supone que hay cualidades inmutables, que no dependen de las circunstancias históricas y que, por lo tanto, no se podrán cambiar. Y que si nos va mal es porque somos así y siempre lo seremos; la idea inmovilista tan brillantemente sintetizada por el maestro Maradona cuando dijo que “estamos como estamos porque somos como somos”. Yo prefiero creer en la historia, en lo que cambia todo el tiempo. Y cuando escucho la palabra esencia saco mi revolver.”
Hoy me quedo con esto. Es increíble la mente humana y como, quizás nuestra debilidad, nos lleva a tomar estas casualidad como algo no casual. Si prestamos atención minuto a minuto nos cruzamos con palabras, carteles, textos, o preguntas que se relacionan con algo que estamos viviendo y nos decimos muy seriamente, y con pensamiento casi astrológico, “es una señal”. No sé si será así, sí sé que me pasó muchas veces. Que muchas veces me dije esto es una señal. No estoy tan seguro que lo sea, me inclino más por el lado de nuestra mente y sus juegos constantes con la realidad.
Hoy siento que la esencia cambia. Que la mía está iniciando un leve y lento camino de cambió, de maduración, de aprendizaje. Que hoy no soy el mismo que ayer, ni que hace 20 días, ni el de dos meses atrás, y que tampoco soy el mismo que mañana. Yo no lo soy, y mi esencia tampoco lo es. Cambia, rota constantemente, espero y deseo que para mejor pero eso es algo que por ahora seguramente no descubriré. Por ahora solo cambia y bienvenido sea ese cambio. Necesario es ese cambio. Las cosas ya no son iguales y esta pérdida, a diferencia de muchas otras, es positiva. Hoy mi esencia y yo seguimos pensando en las utopías, seguimos levantando la cabeza y viendo que la distancia sigue siendo la misma. Pero claro, como dije en algún texto anterior, el paisaje es otro. En realidad siempre lo fue, pero hoy lo puedo apreciar. Hoy mientras charlábamos y tomábamos unos mates amargos con mi esencia nos dimos cuenta que las utopías siguen allá lejos pero que mis pasos son cada vez más constantes. Igual que hace años, igual que hace meses, solo que hoy me doy cuenta y sigo con un poco más de luz, de esperanzas. Las utopías me miran desde la misma distancia que siempre, me miran y me dicen “déjate convencer”. Y yo me dejo…

1 comentario

Anónimo dijo...

Nunca está de más dar un paso hacia nuestras utopías personales, aunque las dichosas se empeñen en alejarse. Sigamos caminando...

Jerry