Adsense Menu

“¿Qué vas a ser cuando seas grande?”

Hace un rato me encontré con una persona que hacía años no veía. Fue una situación muy rara porque lo reconocí casi inmediatamente y, como en esas películas que están obligadas a contar toda una vida en 120 minutos, me pareció que el tiempo no había transcurrió nunca. En un cerrar y abrir de ojos tuve toda nuestra historia nuevamente presente. Realmente fue algo muy agradable.
Ambos teníamos como la necesidad impostergable de ponernos al día sobre nuestras respectivas vidas y es por eso que tomé como normal que nos pisáramos constantemente en nuestros dichos. Cuando algún aun no había terminado la oración el otro ya estaba hablando. A pesar de esto escuchamos e interpretábamos a la perfección lo que el otro quería decir.
Decidí hacer un poco mas silencio. Ser un poco mas amigo que otras veces, aunque para ser sincero no estoy muy seguro que alguna vez lo hayamos sido. Pero es alguien que me hace bien y necesitaba brindarle eso, sentir esa satisfacción que da, cada tanto, prestar las orejas. Si! En plural, las dos orejas. Al fin de cuenta creo que él lo necesitaba mucho mas que yo.
No sé con que palabras contar lo que sentí cuando luego de su tercera frase consecutiva se puso a llorar. Hace unos días estaba en mi casa con Virginia mirando una película de suspenso y de una escena a la otra mi cuerpo demostraba espontáneamente distintas sensaciones. Voy a ser claro, me cague todo. No era algo que llevaba una preparación. Simplemente sucedía. Esto fue igual. Sin esperarlo tenía frente mío a un tipo de casi 30 años que no podía parar de llorar ante alguien que vio una o dos veces en los últimos 10 años.
En ese momento me di cuenta lo necesaria que era mi presencia en ese lugar. Las lagrimas son una porquería, aunque no tanto como las causas de ellas, pero tiene un efecto terapéutico increíble. Esto no me lo contó nadie, esto lo sentí innumerable cantidad de veces en mi propia piel. En mi propio cuarto. En mi propio rincón. En mi propia ducha (para que nadie en la casa me vea ni me escuche hacerlo).
Quizás lo más correcto hubiese sido pedirle que se calme pero cuando estuve a punto de hacerlo recordé algo que hace tiempo pensé. Cuando una persona se ríe nadie le dice que pare pero cuando lloramos sí. Me parece que estas dos situaciones pueden tener un montón de cosas que las ponen en veredas diferentes pero el resultado es básicamente el mismo. Las dos hacen igual de bien. Era necesario dejarlo llorar. Era necesario que hable e intentar hacer mi máximo esfuerzo para tratar de entenderle palabra alguna.
Después de llorar no arreglamos ningún problema. Nos secamos las lagrimas, nos lavamos la cara y hasta quizás nos dormimos pero las problemas siguen ahí. El llanto no tiene la fuerza suficiente para modificar las cosas que pasan en la vida pero sin nos dan esa paz, esa tranquilidad, ese momento indispensable de lucidez para saber como seguimos. Para pensar, decidir y hacer, algo que nos saque de algo que seguro en ese momento es una de nuestras más grandes pesadillas.
La vida a los 30 años no es nada fácil. A ninguna edad lo es. Pero a los 30 muchos nos encontramos repitiendo viejos errores. No vemos parados en el mismo lugar pero mas viejos. Con menos chance de cambiar las cosas, con menos tiempo. Muchos, me incluyo, crecimos inventando y soñando una respuesta perfecta para dar cada vez que alguien nos pregunta “¿Qué vas a ser cuando seas grande?”. Llegar a los 30 y ver lo lejos que uno está eso es casi insoportable. Pero llegar y sentir que lo tuvo en su mano y lo dejó pasar… eso debe ser 100 veces peor. Esto le pasaba a él. A mi amigo.
Luego de mas de una hora de charla mi estado de ánimo cambió. Me di cuenta que mis orejas ya no eran suficiente para ayudarlo. Me sentí frustrado. Sin embargo su cara era otra. Sus ojos brillaban de manera diferente. Por un segundo pensé que quizás mis orejas si fueron lo suficientemente buenas pero creo que en realidad su cambio fue por esa paz que da el llanto. Yo solo estuve en el lugar indicado, en el momento justo, para que él saque sus propias armas y se defienda. Ojalá los fantasmas del pasado, las malditas baldosas flojas que pisamos una y otra vez, la esencia que dicen que nunca cambia, pueden moverse un poco más allá y dejar lugar a nuevas cosas. Ojalá se le puedan presentar al menos unos pequeños e insignificantes triunfos cotidianos que permitan hacer un poco mas llevadera la vida.
Se despidió como quien lo hace con un hermano. Me dio las gracias con el mismo entusiasmo y la misma sinceridad con la que le pedimos un “favor” a alguna estampita del santo de turno. Se fue casi por el mismo lugar donde nos habíamos encontrado un par de horas antes. La tarde ya era noche, el frió era un poco mas intenso, la gente que pasaba ya no era la misma, pero eso no importaba porque él tampoco lo era. Sus espaldas llevaban unos cuantos kilos menos.
Yo tampoco era el mismo. Me fui caminando en sentido contrario a él tratando de entender que había pasado. Me fui pensando en los motivos de su llanto. Pensaba como haré yo para perder mis viejos fantasmas y que la vida me sorprenda caminando por baldosas que jamás pise. Llegué a casa, prendí un cigarrillo, recordé mis respuestas perfectas al “¿Qué vas a ser cuando seas grande?” y me puse a llorar.

3 comentarios

Ro dijo...

Que bueno eso....

bueno, pase, todo bien, todo tranquilo... espero que andes bien, ojala nos encontremos en estos dias...

besotes

Anónimo dijo...

Este texto tiene un muy fuerte sabor a vida real. No se si es un sabor rico, pero si se que es un sabor muy enriquecedor.
Fue verdaderamente muy interesante leer tus lineas, Rami. Cuando terminé la lectura, sentí una sensación particular, muy parecida a la que uno siente cuando sale del cine y que vio una de estas películas que nos hacen mirar de una forma nueva nuestra propia vida.
Gracias por este momento!

Siempre te recordamos con nostalgia, te mandamos un abrazo muy grande!!

Franck (y su señora, claro!)

Ro dijo...

Manda noticias che! Besos