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Camión Volcador

Uno de mis juguetes preferido era un camión volcador rojo. Era todo rojo, el camión y el plástico que lo convertía en volcador. Recuerdo que también tenía unos tractores amarillos. El común, el que venía con la pala adelante, y la moto niveladora.
Disfrutaba profundamente ir a la casa de mi vecino con mi caja de autitos y pasar toda la tarde ahí. Cuando el sol se iba, y llegaba el grito de mi vieja por el paredón del patio, se terminaba mi productivo día. Era la señal del baño, de dormir, de otro día de escuela.
Un día no vi más ese camión. Desapareció de mi caja de autitos. Fue muy triste perder ese juguete. Me quedaba el Alfa Romeo, la camioneta NASA, el “patón”, y hasta el Ford Mustang de los dukes de Hassar pero yo quería el camión.
Siempre pensé que el día que lo vuelva a encontrar sería uno de los más maravillosos. Y ese día llegó. Estaba en el patio de mi casa, cerca de la parrilla. Seguramente lo había olvidado ahí y entonces lo vi. Pero encontrarlo no fue todo lo bueno que pensaba. Se había roto. En realidad mis perros Capitán y Canu lo habían agarro y luego de unos cuantos mordiscos lo habían dejado destrozado cerca del lugar donde lo habían encontrado. La chapa del camión tenía sus abolladuras pero más o menos aguanto. El tema es que, como dije, la parte del volcador era de plástico. Y no sobrevivió…
Supongo que las cosas nunca son como pensamos. O quizás pensamos demasiados las cosas. Fue una buena lección de vida. Lo que queremos no vuelve o si vuelve ya no es lo de antes. El tiempo, el viento, las personas o los dientes de tu perro se encargan de mutarlo en algo que sólo es una mala imagen del pasado.
Lo peor de todo supongo que es la nostalgia. Mientras escribo esto no puedo evitar acordarme de mi viejo. De esos días en casa, los días buenos, y también las lecciones que esa relación me dejó para el resto de los días. Me acuerdo de la pieza del fondo. Del día que con mi hermano rompimos el vidrio del aparador de la abuela. El día que dije que la mujer del show del cerca era gorda “como la abuela Rosario”. De los vasos de aluminio. Del “de acá no tomo más” (por dios no sabes como te entiendo ese momento y esas lagrimas). De las facturas de “hojaldre” que no te entendía cuando me lo decías. De mi baño en la pileta del lavadero mientras en la casa pasaban cosas que prefería no ver ni escuchar. Del “ya está? Se fue?” y esa inentendible sensación de felicidad que encontraba al escuchar el “sí”………..

PD. No sé. Supongo que esto debería tener un final pero no puedo… no me sale… prefiero dejarlo acá. En otro momento ni lo publicaría pero no quiero que quede como un borrador incompleto. Nada, no sé nada más. Ni me sale nada más. Hasta la próxima.

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